martes, 7 de agosto de 2007

UNA VELADA DIFERENTE



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Al entrar en el restaurante en el que suelo cenar algunas noches me fije en la mesa del fondo. Estaba ocupada por cuatro comensales, tres hombres y una mujer. Todos vestían de modo elegante; mantenían una conversación amena, distendida, sin risas, pero se notaba cierta comodidad en el habla.
Casualmente el camarero me acomodó en la mesa del al lado, eso me permitió ser testigo de como se desarrollaba la cena entre ellos.
Ella sonreía mucho, hablaba lo justo y apenas probaba bocado de cuanto le ponían, pero todo lo hacía con discreción, con un sencillez exquisita, como si midiera cada uno de sus movimientos. Daba la sensación de ser una mujer feliz, al menos en apariencia; segura de si misma al hablar con sus tres interlocutores manejando con destreza sus palabras en cada una de su intervenciones y cambiando el tono según departiera conversación con uno o con otro de los caballeros.
Respecto de ellos, los tres parecían sacados de un anuncios de trajes de televisión. No podría yo decir que la confección no fuese a medida, pero a los tres el atuendo le quedaba perfecto. No eran tres hombres atractivos, ni dejaban de serlo, pasaban de los cuarenta y alguno rondaba la cincuentena, todos se mantenían en forma, pero sin abusar del gimnasio, algo de footing y algo de bicicleta estática pero ni tan siquiera a diario. Los tres aparentaban una madurez tranquila debían llevar una vida sosegada, acomodada y sin grandes sobresaltos.
Los caballeros eran muy diferentes entre sí.
El que estaba sentado a la derecha de ella tenía las sienes con alguna incipiente cana y era el más callado de los tres. Se limitaba a sonreír y a degustar las viandas que el camarero le ponía sobre el plato. Algunas veces daba la sensación de evadirse no solo de la conversación sino del lugar donde nos encontrábamos, pero otras veces participaba de la conversación de un modo natural.
El otro caballero estaba sentado frente a ella, y desde el lugar que yo ocupaba podía ver con nitidez cuanto hacía. Era un hombre de piel clara aunque estuviera tostada por el sol en unas vacaciones recientes. Su ojos claros resaltaban sobre el actual tono de piel. Su cabello rubio empezaba a clarear por la frente. De todos los comensales era el que más sonreía y el más expresivo en cuanto al lenguaje corporal, sus palabras eran acompañadas por el movimiento de sus manos.
Tal fuera el destino quien me sentó aquella noche junto a ellos, en mesas separadas, pero lo suficientemente cercana como para que yo pudiera ser testigo de los matices y detalles de su conversación. No voy a revelar lo que allí se dijo porque no sería ético pero si contare como dos de los caballeros desplegaron sus respectivas colas de pavo real ante ella con la intención, descarada, de conquistar a la mujer. Ella se limitó a sonreírles y en ningún momento se sintió incomoda con el cortejo que ambos pretendían, el caballero de las sienes plateadas se mantenía ajeno a todo aquello, no parecía que ella ejerciera ningún deseo sexual en él, o sencillamente no le atraían los encanto, que ciertamente, ella poseía.
En ambas mesas terminamos de cenar a la vez, bueno eso no es del todo cierto ellos alargaron la sobremesa , y mi cena fue rápida como en mi es costumbre. El caso es que coincidimos en la salida del local.
Ella paso junto a mi y olía a jazmín y fue entonces cuando repare en que era una mujer sencilla, discreta, elegante, no tenía un cuerpo de modelo pero había algo en ella.
Pidieron tres taxis lo que me hizo pensar que quizá ella se hubiera decidido por alguno de los caballeros que la cortejaban durante la cena.
El caballero de la perilla fue el primero en abandonar la reunión, al subir al vehículo dijo:
- Te llamaré, no me olvides- y acto seguido le lanzó un beso al aire.
El caballero de la mirada clara y la piel tostada se atrevió a cogerle la mano antes de subir al taxi, y le costo soltársela, pero no dijo nada.
Después yo aparecí conduciendo mi taxi, era hora de volver al trabajo, y uno de los dos, casualidades del destino, iba a ser mi pasajero.
Ambos subieron a mi vehículo y tengo que decir que me sonreí. Ella había elegido al único que no la había cortejado durante la velada, lo cual había quebrado las ordenes de la naturaleza animal respecto de las relaciones macho y hembra, pero bien es cierto que aquella mujer con olor a jazmín distaba mucho de pertenecer al mundo animal.
Él me dio la dirección donde debía llevarles, ella se limito a darme las buenas noches con cierto cansancio en el tono de su voz. Una vez comenzado el trayecto le mire por el espejo retrovisor, ambos callaban fue entonces cuando lo entendí; sus manos se encontraban entrelazadas y ambos portaban sendas alianzas exactamente iguales. En ese momento él me preguntó:
- ¿Le parece bella la mujer que me acompaña?
Siendo sincero no sabía que responder. Ella era bonita pero su atractivo no radicaba en su físico. Ahora que la tenía tan cerca podía observarla a través de espejo. Sus ojos no era grandes, ni su nariz y su boca eran más bien pequeña; apenas iba maquillada con lo cual podía decirse que lo que estaba contemplando era su rostro al natural.
- Me va disculpar caballero pero la señora me parece una dama, y de las dama son tengo por costumbre opinar si son bellas, porque sencillamente son damas.
- Una respuesta inteligente, pero no ha contestado a mi pregunta. No se preocupe no voy a exigirle una respuesta, no quiero ponerle en un compromiso

Respire aliviado, uno nunca sabe la clase de personas que suben al taxi y aún debía llevarles al otro lado de la ciudad.
Al parar en el semáforo volví, de nuevo, a mirarles por el retrovisor, él debió darse cuenta y me dijo:
- Esta mujer comparte mi vida desde hace más de cinco años. Cada vez que otro hombre , mucho más atractivo que yo, intenta llevársela a la cama, ella les sonríe y les rechaza sin decirles nada. Le pareceré un hombre estúpido pero cada vez que ella me elige, sin tener obligación, me siento orgulloso de cuanto nos une y me enamoro un poco más de ella.
- Enhorabuena - le conteste - quedan pocas mujeres fieles en los tiempos que corren.
El semáforo cambió de color y arranque de nuevo el taxi, durante lo que quedaba de trayecto no hubo más palabras entre nosotros, pero yo seguí mirando por el retrovisor. Ella había apoyado su cabeza sobre el hombro de él, tenía los ojos medio entornados, estaba cansada el día debía haber sido largo. Él, la abrazaba. Así permanecieron hasta que llegamos a la dirección que me habían facilitado.

(Galiana)

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