martes, 31 de julio de 2007

¡NUNCA SE SABE!



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El deseo era tan fuerte que, en lugar de arraigar en la mente en que había surgido, se liberó de cualquier atadura y siguió a la persona que lo había provocado. Ella no lo advirtió, sí su deseo. Aquél asedió la fortaleza de la indiferencia, envolvió su cuerpo de soplo, intentó sembrar deseos similares en ella para encontrarse con ellos. La persona siguió su camino, y con ella su deseo, Pero éste si que iba siendo receptivo al acoso y comenzó a rebullirse incómodo en alguien tan disperso. Por eso mandó mensajes a un cerebro ocupado en otras cosas, Las reacciones fueron apareciendo muy lentamente. Ella comenzó a notar como ese cosquilleo iba bajando al vientre, como la humedad manaba en su sexo.Sin entender nada se detuvo frente a un escaparate e interrogó a la imagen que le miraba. No obtuvo respuesta, sólo brillo en los ojos y los labios humedecidos por una lengua que se movía sensual sin tener motivo. Su respiración naturalmente pausada, se estaba acelerando y los pezones se querían mostrar impúdicos, casi indiscretos.Decidió dar la vuelta para ver si algo pudo provocar semejantes reacciones, después de sopesar si podría centrarse en sus labores con esos comezones recordándole que el placer existe y es importante. Al hacer el camino inverso notó cómo sus sensaciones se acentuaban justo hasta cuando se cruzó frente a quien estaba sentado en un banco y miraba extrañado. No lo conocía de nada y preguntarle algo en ese estado no le pareció prudente. Siguió ese camino inverso y el deseo pareció quedarse atrás porque las manifestaciones cesaron.Giró la cabeza y miró hacia el banco. Ya no estaba la persona que antes sonreía. No le vio y, por supuesto, menos a su deseo. Dio la vuelta y se encamino ya más tranquila a su primer destino. Justo cuando pasó cerca del banco, de un sauce cercano, de su copa, le llegó un ruido extraño, unas ramas zarandeándose sin que la mínima brisa acariciase sus cabellos ni moviera los más cercanos arbustos. Parecían autónomas, testigo de algo que se les escapaba al resto del sauce. Ella estaba serena, parecía que su deseo le hubiera abandonado. Quien estaba sentado en este banco lo vio tomando un refresco en un kiosco cercano, apacible, leyendo el periódico.A ella le pareció extraño que el ruido de las ramas parecieran gemidos, semejantes a los que ella soltaba cuando sentía placer, en cada orgasmo. Se preguntó si las respiraciones entrecortadas que también parecían acompañarles en cada zarandeo de las ramas tendrían alguna relación con las que aquel hombre (al que ahora veía atractivo, sin saber muy bien por qué) exhalara cada vez que sentía el placer buscado por el impulso de un deseo que ahora tan ajeno le era.Nunca se imaginó empezar así su jornada. Tampoco habría previsto que aquel señor esa misma noche escucharía sus gemidos mientras recorría su piel y se fundía en sus brazos.

(E.Fernández)

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